Los pozos y la agricultura

Desde que el hombre comenzó a organizarse en torno a asentamientos permanentes, el acceso al agua ha sido una de las principales prioridades de cualquier comunidad. En un principio, los primeros grupos de población estable solían escoger lugares cercanos a orillas de ríos, lagos o mares, pero con la expansión hacia nuevas tierras surge la necesidad de llevar el agua hasta donde esta no se encuentra disponible a simple vista. Es a partir de esta circunstancia cuando los pozos comienzan a aparecer en la historia de la humanidad y, como evidencia, hoy en día se conservan restos de estructuras de captación de agua que datan de época neolítica.

Según su definición formal, un pozo es una perforación que se hace en la tierra con el objetivo de obtener agua u otros fluidos como petróleo. Estas estructuras, como ya se ha comentado, están presentes desde tiempos prehistóricos y sus usos principales han sido tanto domésticos como agrícolas, aunque siempre con el objetivo de garantizar el acceso a vetas de aguas subterráneas. Hoy en día, los pozos continúan siendo elementos indispensables en agricultura, especialmente en aquellas fincas o zonas donde el acceso al agua no está garantizado por cauces superficiales.

¿Qué se necesita para construir un pozo?

Antes de lanzarse a la construcción de un pozo hay que obtener los permisos que aseguren su legalidad. En este sentido, hay que acudir a la Confederación Hidrográfica y a Minas para legalizar el uso del agua y la obra de captación respectivamente. Una vez obtenidos estos permisos, el ayuntamiento correspondiente ha de otorgar la licencia de obras. Solo en este momento puede iniciarse la operación de manera legal.

En función de la cantidad de agua que se pretenda extraer o de la profundidad donde esta se encuentre, existen diferentes tipos de pozos. Los factores que pueden determinar la construcción de uno u otro también pueden variar en función del tipo de suelo, el uso que se le quiera dar al agua extraída o el presupuesto del que se disponga.


pozo


Actualmente, los pozos se dividen en tres grupos principales.

Pozos excavados

Este tipo de estructuras se usan para acceder a las aguas más superficiales, aquellas que por norma general se encuentran a una distancia menor o cercana a los 20 metros de profundidad. La construcción de estos pozos puede hacerse mediante excavación manual, con excavadora o con barrena. Generalmente presentan un diámetro de entorno al metro y medio y sus paredes suelen estar reforzadas con anillos de hormigón o ladrillo para evitar desprendimientos de tierra. Generalmente, en este tipo de pozos el agua puede verse a simple vista desde la superficie.

Pozos hincados

En caso de aguas menos accesibles, ubicadas aproximadamente entre los 20 y los 100 metros de profundidad, se emplea este tipo de construcción de pozos que consiste en perforar el suelo con un elemento que permita alcanzar la vena de agua. Para lograr este objetivo pueden utilizarse diferentes métodos como la percusión, la inyección de agua a presión para perforar la tierra o el método del rozado, que consiste en realizar una construcción circular y excavar dentro de ella para hacerla descender poco a poco.

Pozos por sondeo

Se trata de los más profundos, de aquellos pozos que descienden hasta profundidades de 300 o 400 metros en su afán por obtener agua. La construcción de estos elementos requiere de técnicas avanzadas y maquinaria más compleja que puede incluir elementos rotativos, con capacidad para perforar roca e incluso circulación inversa para llevar hasta la superficie la tierra sobrante de la excavación. Estos pozos no suelen ser habituales en explotaciones agrícolas.

Los pozos, en definitiva, son elementos de gran importancia para el mundo agropecuario ya que responden a la necesidad primaria de obtener aquello que es fuente de vida y garantía de prosperidad para todo cultivo.


Imagen principal: Leire Martín

Imagen central: José Sáez

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